
Durante veinticinco siglos, las obras de Esquilo, Sófocles, Eurípides, Aristófanes, Plauto o Terencio han sido representadas por todas las generaciones reponiéndose hasta la actualidad en las distintas áreas escénicas. Las pasiones y las traiciones, los amores, las luchas y desventuras han sido siempre, en el mundo grecolatino y en nuestros días, temas de valor permanente que no pasan de moda. La continua representación de obras clásicas hasta nuestros días nos permite entender que las artes escénicas occidentales, especialmente el teatro, tienen sus orígenes en la Grecia clásica, donde nuestros antepasados aprovechan las laderas de las montañas para construir las gradas de sus teatros, unas infraestructuras que los romanos adaptarán a sus necesidades y nos dejarán espacios del calibre de los teatros como el de Mérida, un espacio donde figuras de gran renombre como Margarita Xirgu han recreado mitos clásicos como el de Medea para demostrar al público que, aunque se versionen de muchas maneras, las obras clásicas conservan la esencia tras tantos siglos.